El camino que no se ve
- Mayrautora
- 27 dic 2023
- 3 Min. de lectura
La muerte de mi Padre
Tu corazón se detuvo. Tu mirada se apagó.
La fuerza de tu voz, se ha perdido en el silencio de la muerte.
Tu corazón se detuvo y con ello, inició mi andar por el camino que no se ve: el camino de la orfandad que hoy camino por vez primera, aterrada, sola, sin tu mano sosteniéndome, sin tu consejo guiándome.
Hoy inicio mis pasos en el camino que no se ve pero que ahí está y del cual, no hay escapatoria.
Quisiera montar una nube e irme contigo, quisiera poder huir, quisiera no estar atrapada entre tanto dolor. Pero no es posible. No hay opción ni salida, pues el camino que no se ve lo abarca todo, lo invade todo, lo devora todo, lo consume todo, es insaciable, es contundente y no da tregua. Hay que atravesarle a como dé lugar. Llorando, gritando, ahogándose en la propia sangre, respirando soledad y miedo.
Aquí estoy, caminando por el camino que no se ve, el camino del desamparo, el camino hacia el final, el camino en el que el alma se carcome en un ardor que no se calma con nada: el camino de lágrimas de desconsuelo que brotan a la menor provocación.
Aquí estoy, caminando en automático, sin lograr entender, temiendo enfrentar la realidad de que no estás, que mañana tampoco estarás, que pasará mucho y tanto para que pueda volverte a ver. Aquí estoy, continuando más a fuerza que de ganas, vacía, seca, rota, sabiendo que tengo que seguir pero deseando no tener que hacerlo.
El camino que no se ve resulta profundamente intimidante, oscuro y devastador. Me ha quitado mi energía, mi fuerza, mis ganas, mi motivación. Y no hay más: tengo que caminarlo y atravesarlo para llegar al otro lado del miedo, a una nueva realidad reconfigurada, en la que estás pero no estás, en la que te tengo profundamente cerca y extrañamente lejos al mismo tiempo, en la que aún no alcanzo a ver como haré para aprender a continuar sin ti.
El camino que no se ve me ha quitado a mi Padre, al que siempre eligió las palabras en vez de los golpes, al que confió en todas y cada una de mis decisiones y que nunca dudó de mi inteligencia ni de mi poder. Aquél que me heredó el poderoso hábito de la lectura y la habilidad para escribir. Y así, sin él, habrá que levantarse y seguir andando, escupiendo dolor, dejando tras de mí un rastro de tóxicas cenizas, resultado de mi alma que se quema y mi espíritu que se diluye.
El camino que no se ve apenas comienza. No veo la luz, no veo el fin, no sé cómo lo cruzaré ni cuando tiempo me lleve hacerlo. Simplemente habrá que resolver y ya: como tú me decías, como yo he sabido siempre: “hay que hacer lo que hay que hacer”.
Tu corazón se detuvo. Tu inteligencia y tu genialidad ahora trascienden en tus hijos.
Tu corazón se detuvo. Pero no su fuerza para amar.
Tu corazón se detuvo. Pero no nuestro cariño: ese solo se mudó de dimensión.
Tu corazón se detuvo pero tu presencia no. Esa jamás se irá: tu sabiduría y tu conocimiento, vivirán en mí y en tu nieta grabados a fuego en nuestras memorias.
Seguiré adelante. Seguiré escribiendo. Seguiré leyendo. Seguiré siendo tu orgullo y tú mi guía.
Eternamente…
Tu hija.

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