Trascender la muerte a través de tu propósito de vida
- Mayrautora
- 29 ene 2024
- 6 Min. de lectura
Cuando el cuerpo ya no le sirve al ama
Mi Padre ha muerto. Sí, así como se lee: inevitable y contundente. Un último latido ha dado cierre a una poderosa e inspiradora historia de esfuerzo, logros, resiliencia, fe, transformación, lucha, caminos cuesta arriba, sueños cumplidos, fantasías de humo, anhelos rotos y éxitos rotundos. Su último suspiro, llegaría durante la madrugada del 17 de Noviembre del 2023, en la tranquilidad de su cama y de la mano de Dios… sin duda eras demasiado grande para perder tu dignidad en una fría e impersonal cama de hospital. Le ganaste a la muerte y te despediste con tu valor y tu alma en la escala más alta.
Tu corazón se detuvo, tu respiración paró, la sangre dejó de circular, tu cerebro se fue quedando sin oxígeno y tu piel comenzó a perder tono y temperatura. Todo comenzó a ir más despacio, preparándose para el final. Sin embargo, fue imperceptible para los que te mirábamos con la inocente esperanza de aferrarnos a tu mejoría, por la necedad de no dejarte partir. Tu aparente recuperación justo un día antes, fue la última explosión de esperanza… vaya que el destino tiene un cruel sentido del humor. Ni siquiera nos pasó por la mente el haber anticipado o predicho tu muerte. No pudimos. No supimos. No lo vimos venir. Y es que nunca se está lo suficientemente fuerte ni preparado para algo así.
Definitiva y categórica: así es la muerte. Así fue la tuya, y así será la propia.
Tu conciencia y tu presencia se han mudado de dimensión. No tengo evidencia sobre tu paradero actual; sin embargo, mi instinto me dice que estás bien, en paz, en esa calma que tanto necesitabas, de la mano de mi Abuela que tanta falta te hizo siempre, abrazado a tus hermanos, conversando con Lennon, Wallace y García Márquez y ante la presencia Divina de tu creador… y me consuela enormemente, sentir que sigues pendiente de mí y de mi hija.
Pero de este lado, la situación es distinta: mi balanza perdió para siempre su equilibrio. Tú eras el único que hacía contrapeso para poner las cosas en su lugar. Tu amor y tu protección ahora vienen desde otro lugar, donde aunque yo las sienta los demás no las ven… más me valdrá agarrarme de ellas porque ahora estoy sola contra el mundo y esa balanza habrá que volverla a nivelar. Una tarea sin duda abrumadora y que ahoga, rebasa, congela y cuya herida ha sido en extremo profunda, por lo que me tomará demasiado tiempo en que deje de sangrar y comience a sanar.
Y no es que me aferre a la inmortalidad ni me instale en la necedad de querer a los que amo para siempre a mi lado. La muerte es el siguiente paso de la vida, es el orden natural y ciclo vital al que todos estamos sujetos. No estoy enojada porque ya no estás ni resentida por tu partida. Es tan solo que me encuentro lidiando con tanto al mismo tiempo como la equilibrista del cambio que soy: malabareando demasiadas pelotas a la vez y se me están cayendo… hay días que logro tenerlas bajo control y otros en que se me caen todas la suelo y ni modo, a recogerlas del piso para volverlo a intentar a la mañana siguiente.
Dolor y tristeza es lo que siento ahora con potente fuerza. Vacío y soledad son de repente, las únicas rutas que alcanzo a vislumbrar en mi horizonte. Poco a poco caigo más y más hacia mi fondo, al vórtice del huracán, al centro del camino que no se ve. Y no me asusta, al contrario: siento al fin un poquito de esperanza que una vez que termine de caer, no habrá más alternativa que comenzar a subir, recuperar el control y la alegría de vivir a pesar de tener que hacerlo sin ti.
Veo que para todos a mi alrededor los rituales son algo casi sagrado y tan importante por el consuelo que les brindan. Seguro algo anda mal conmigo porque yo nunca acabaré de entender en qué ayuda permanecer toda una noche en vela al lado de una caja de madera con un cuerpo sin vida en el que tu ser querido ya no está. Aún así, en esta ocasión decidí participar, deseando con toda el alma no tener que hacerlo pero entendiendo que era preciso, no por ti, sino por los que nos quedamos huérfanos sin tu presencia. Sin embargo, para mí fue como agregar cianuro a mi herida abierta, arañar mi carne con el metal del dolor, en una innecesaria y estéril prolongación de lo inevitable. Recuerdos de cruel tortura que espero muy pronto poder enterrar en la profundidad del abismo del olvido, junto con esa inservible caja de madera en la que te vi partir. Lle toma un aproximado de 100 años a un cuerpo descomponerse y volverse totalmente polvo: a mi alma rota le tomará otros tantos y muchos más, aprender a vivir sin ti.
Estoy demasiado consiente de tu ausencia, mucho más de lo que yo quisiera estarlo (he de confesar). Es por demás ocioso pensar en cuál habría sido el mejor memento o las condiciones ideales para tu partida: nunca es buen momento para los que se quedan, pero me gusta pensar que para ti si lo fue y que de algún modo, participaste en la decisión de cómo y cuándo marcharte.
No hay más que hacer, no hay más que hablar. No hay argumento que sirva ni explicación que alcance ante la máxima de todas las ausencias: aquella cuya única manera de trascender es transitándola. Y mi muy particular modo de atravesar este camino que no se ve es aferrarme a tu poderosa herencia en vez de a un cuerpo inerte dentro de un ataúd.
Elijo conservar tus consejos en vez de tus cenizas. Elijo celebrar tu vida en vez de sufrir tu muerte. Elijo recordar la fuerza que siempre encontré en tu voz y en tu sabiduría. Recordar tu sonrisa y lo poderosa que me sentía estando junto a ti. Elijo seguir admirando tu inteligencia y claridad mental y revivir en mi memoria momentos en que lloramos de risa, el abrazo en que nos fundimos cuando perdí a mi primer hijo o aquellas tardes de mi adolescencia jugando rummy. Cantar de nuevo las canciones que me enseñaste aunque ahora les haga falta el dulce sonido de tu guitarra. Eso, al final de mi día es lo que más me importa, es lo que calma el ardor de mi alma y es con lo que decido quedarme para mi ayuda y consuelo personal.
Elijo seguir unida a ti a través de la lectura y la escritura. Elijo redefinir nuestro cariño desde mi orfandad… porque sí, eso soy, una huérfana: las cosas como son y por su nombre. Sin embargo, redefino el concepto entendiendo que no porque hayas muerto significa que me hayas abandonado; simplemente, nos vamos a relacionar desde una perspectiva diferente. Te seguiré hablando y solicitando tu guía, aunque eso implique algo tan bizarro como conversar con una fotografía o platicarle a una estrella en el cielo nocturno: no necesito buscarte en una tumba porque te llevo clavado en el ama. No voy a buscarte en la muerte porque te tuve 46 años en vida, y otros tantos más que Dios me conceda hasta que llegue mi ocaso y pueda reunirme contigo, con mi Abuelo, con mi Loquis y con su hermanito de Andrea.
Nada enseña tanto a valorar la vida como lo hace la muerte. Darse permiso de sentirla y dimensionarla en toda su magnitud es pase directo a la libertad total; tiempo y calma es todo lo que preciso, usando la esperanza como hilo conductor que me guíe al final del recorrido por el camino que no se ve. El amor, es el sentido y propósito por excelencia, porque dota de valor y razón a nuestra existencia. No habrá que temerle a la muerte en tanto hayamos aprovechado la vida desde el amor (el propio y hacia otros) y no desde el miedo o el rencor.
Agradecida por tu cobijo y tu protección, por tu confianza y tu fe, por haber sido tu favorita tan solo porque sí, por el solo hecho de existir, sin tener que demostrar nada o pelear por un sitio en tu corazón. Algún día se me concederá volver a mirar en tus ojos ese profundo orgullo al hablar de mí, de lo que fuiste, de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que eternamente volveremos a ser.
Lo logré, lo logramos, lo hicimos juntos… hasta siempre Papá.
Tu hija..

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